lunes, 24 de noviembre de 2008

Mujeres y alquimia


MUJERES Y ALQUIMIA,

Y EN PARTICULAR SOBRE MARÍA LA JUDÍA



Es evidente que el papel habitualmente pasivo al que hemos sido relegadas las mujeres dentro del desarrollo científico europeo hasta bien entrado el siglo XX ha tenido fiel reflejo en el llamado Arte Hermético, que ha preferido la imagen de las flores piadosas a la de las grandes sabias y maestras prácticas.



Los detalles que tenemos a cerca de damas diestras en el laboratorio son absolutamente extraordinarios y se refieren a anécdotas graciosas o a pequeñas reseñas históricas sin más validez que la meramente documental. He aquí algunas muestras:

Anne Marie Zieglerin, miembro del llamado "Grupo de Sömering" que estafó una fuerte suma de dinero al duque alemán Julius Von Braunshweig. Al parecer fue quemada viva en una silla de hierro allá por 1574.

Eva Kaufman, sopladora alemana del siglo XVIII que, con su diestra operativa y su gran belleza hizo su "conjunción" particular para liberar de peso los bolsillos de numerosos aristocratas de la época.

Madame de Pfuel, quien se instaló en Postdam en 1751 bajo la protección de Federico II El Grande para el que trabajó con la única ayuda de sus dos hijas.

Martine Berteream, esposa del también alquimista Jean du Chaterlot. Fue condenada a cadena perpetua por el caracter "herético" y "pecaminoso" de sus sencillos tratados sobre el origen de las minas y la formación de los minerales. Murió en la prisión de Vincennes (Francia) en 1645.

Irene Hiller-Erlanger, poetisa francesa autora del "Voayage en Kaléidoskope" editado por George Crés en 1919, un libro muy alabado por alquimistas posteriores tan reputados como Fulcanelli.



María la Judía

No es la única mujer practicante del "Arte Sagrado" en tiempos lejanos. Conocemos a Theosebia, a Paphnutia y a una supuesta Cleopatra (muy dudosa) que, al parecer, se animaron a trabajar los metales y minerales con igual soltura que sus compañeros. Sin embargo es a María a quien todos parecen mostrar como grandísima maestra. Es reconocida como la "Eva" particular de la historia de la alquimia, la primera mujer alquimista. Para que se hagan ustedes una idea de su tremenda antiguedad basta decir que el vetustísimo químico Zósimo de Panápolis (siglo IV) la cita siempre en pasado, venerándola entre los que él llama "sabios antiguos", un exclusivo grupo en el que figuran Demócrito, Moisés, Ostanes, Hermes, Isis, Chymes, Agathodaemon, Pibechios, Iamblichus...... nombre míticos y pseudo-epigráficos que buscaban dar una mayor relevancia al contenido de los textos que encabezaban. El eminente historiador de la alquimia F. Sherwood Taylor comenta que(1): "Uno de ellos, María al Judía, parece corresponder, en efecto, a una persona de carne y hueso y una gran descubridora de la ciencia práctica". Esta idea de María como persona física real es la que actualmente está más extendida entre los estudiosos del tema.Tiene gran fama de diestra operativa que le viene del própio Zósimo, quien al parecer tuvo en sus manos cierta obra suya en la que se hacía una pormenorizada descripción del instrumental en los laboratorios de la época. El propio Panapolita extractó ciertas partes ese texto, siendo la más conocida aquella que se refiere a cierto aparato destilatorio denominado Dibikos o Tribikos (según tuviese dos o tres caños para la destilación). He aquí la famosa cita(2): Os describiré el Tribikos, pues así se llama el aparato construído de cobre y descrito por María, la transmisora del Arte. Ella dice:

Constuir tres tubos de cobre dúctil un poco más gruesos que la sartén de cobre de un pastelero, debiendo tener la longitud aproximada de un codo y medio. Hacer tres tubos de esta clase y construir también un tubo ancho, de un palmo, con una abertura proporcionada a la cabeza del alambique. Los tres tubos deben tener sus aberturas adaptadas como un clavo al cuello de un ligero receptor de forma que se unan lateralmente a cada lado, formando uno de los tubos sólo como el pulgar de una mano y los otros dos juntos, como los dedos índice y medio. En el fondo de la cabeza del alambique habrá tres orificios ajustados a los tubos, y cuando estos encajen serán soldados en sus sitios, recibiéndo el de arriba el vapor de una manera diferente. Después, colocar la cabeza del alambique sobre la vasija de barro que contiene el azufre y tapar herméticamente las junturas con pasta de harina. Al final de los tubos deben colocarse redomas de cristal grandes y lo suficéntemente fuertes para que no se rompan bajo los efectos del calor que pueda provenir del agua situada en la mitad.



Susan Ross
http://www.alchemywebsite.com/miriam.html

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